Escribir. Así, fácil, con fluidez de mente y dedos ágiles. Una armonía que sólo la música puede describir. Cada palabra, frase, página, és una caricia. Caricias suaves y aterciopeladas en la mente del que lee. Tiranos con los ojos vendados. Vírgenes de tierna flor y delicada fragancia. La perfección és un camino demasiado sinuoso para un proceso que puede parecer lineal. La pretensión tuerze las palabras en su viaje del alma al lienzo blanco, así como el miedo las esconde en mazmorras límbicas.
El placer sexual incestuoso de contemplar aquello escrito por uní mismo és un espejo maleable. El reflejo de exteriorar ideas nacidas en lugares íntimos, sagrados.
La distorsión ha aumenta el sonido, rompe la pureza y en este momento caótico surge la singularidad. La perfección de algo que se dice único. Así, de manera que de la forma nace un fondo bastardo, hijo de puta. Con la fuerza y la raza de los nacidos al fondo, debajo del todo. Para así, durante su ascenso celeste, poder contemplar todos los niveles vitales.
O puede que sea solo una corrida en una sábana beige. Una semilla en un suelo de hormigón.
Otra paja.